Después
nos mudamos a otro pueblo, Alcudia de Crespins. Esta vez nos acompañaba un
matrimonio que tenía una hija de mi edad y un niño de ocho años. Llegamos a
aquel pueblecito, muy tranquilo, pero donde no conocíamos a nadie. Sin embargo,
un ángel de la guarda debió poner en nuestro camino a Adela y Antonio, los
cuales se compadecieron al ver a unas niñas tan cansadas y nos ofrecieron una
casa en la que ellos sólo pasaban algunas temporadas de vacaciones. Nos la
alquilaban -a la otra familia y a nosotros- por todo el tiempo que nos hiciera
falta. Allí, después de mucho tiempo, pude tener una habitación para mi sola
Aquella
casa -villa Adela- nos pareció el paraíso. Era como sacada de un cuento.
Estaba entre naranjos y en la parte delantera había un jardín con una gran
variedad de flores: rosas, jazmines, hortensias… También había una parra con uvas… ¡hum…!
riquísimas… y, sobre todo, una magnífica higuera, la cual daba unos higos
estupendos. Enseguida nos dijeron que los podíamos coger. En la parte de atrás
había un huerto con naranjos y limoneros. Aquí si que nos dijeron que podíamos
coger lo que nos apeteciera, ya que si no se iban a estropear. También había un
pozo con un mecanismo para sacar agua. Y un río muy cerca, donde nos podíamos
bañar. Y,
lo mejor de todo, allí no había bombardeos
Cuidamos
muy bien esa casa. Después de lo que habíamos pasado, aquello era la gloria.
Los dueños iban allí todas las tardes y nos sentábamos todos juntos. Nos daban
mucha compañía. La otra chica de mi edad, Victoria, y yo, le bordamos a la
dueña dos cojines a punto de cruz para que lo tuviera de recuerdo. Le gustaron
mucho y nos invitó a todos a una paella
En
Villa Adela había donde tener gallinas, lo que también nos permitía tener
huevos frescos. De carne, sólo la había de caballo. Me costó mucho la primera
vez, pero era la única forma de comer carne. Me gustaba mucho el arroz al
horno, que llevábamos a hacer al cercano pueblo de Ayacor. También había muchas
almendras. Victoria y yo nos íbamos haciendo mayores. Nos llamaban las niñas de
Villa Adela y teníamos muchas amigas
Se
estaba acercando la Nochebuena, pero en aquella zona no se podía celebrar. No
había iglesias ni curas, estaba prohibido todo lo de la Iglesia. Pero mis
padres, junto con algunos vecinos, decidieron hacer una cena, a la que también
fueron los dueños de Villa Adela. Mi madre y sus amigas prepararon el menú:
-Tortilla
de patatas
-Alcachofas
rebozadas
-Pollo
en pepitoria
-Postre:
-Pastel
de boniato
-Ensalada
de gajos de naranja con azúcar y aceite
-Café
Después
cada uno hizo lo que mejor sabía, un vecino cantó tangos, otro contó chistes y
así, por unas horas, olvidamos que había una guerra que estaba causando mucho
dolor y muchas lágrimas.
Al
día siguiente, Navidad, hicimos una buena paella con los menudillos
Por
aquellos días cayó una gran nevada, como dijeron que no se había visto en
muchos años. Eso fue para los jóvenes un motivo de diversión, de “guerra” de
lanzamiento de bolas. A esa edad se pasa bien con cualquier cosa. Villa Adela
parecía una tarjeta postal.
A
pesar de todo, lo que más deseábamos era que terminara la guerra para poder
volver a nuestro pueblo y a nuestra casa
Pero
el doce de febrero aparecieron por allí cinco bombarderos italianos que
arrojaron muchas bombas en la estación de Játiva. Perseguían a un tren de
soldados del ejército republicano. Otro tren venía de La Mancha. Esto pasó a
seis kilómetros de Villa Adela. Fue horrible porque las bombas eran muy grandes
y parecía que te caían encima.
Cada vez mejor, Mariángeles... Besos
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